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13 diciembre 2006

Los biocarburantes, poco viables

El modelo agrario que fomenta actualmente la UE es, más que ambicioso, utópico, según el autor. En su opinión, desviar parte de los recursos agrarios desde el abastecimiento de alimentos hacia el consumo energético implica agravar el problema de seguridad alimentaria mundial.

Según la comisaria europea de Agricultura, Mariann Fischer Boel, la incorporación de un 5,75% de biocarburantes (biodiésel y bioetanol) a los actuales combustibles fósiles, en 2010, requeriría 18 millones de hectáreas, que equivalen al 30% de la superficie que hoy día dedica la Unión Europea a las producciones que se precisan (cereales, oleaginosas y remolacha). Además de estos recursos territoriales, teniendo en cuenta que las tecnologías actuales permiten obtener bioetanol a 118 dólares por barril y biodiésel a 80 dólares por barril, es necesario aplicar un conjunto de incentivos y subvenciones, adicionales a los que ya se conceden al productor agrario por sus funciones tradicionales.

Claro está que también cabe el recurso de importar estos productos o sus materias primas de otras partes del mundo, por ejemplo de zonas tropicales y en vías de desarrollo, buenas productoras de biomasa, para mover nuestros automóviles y contribuir al cumplimiento de Kioto. Pero, ¿cuáles pueden ser las consecuencias para el equilibrio alimentario? Desviar parte de los recursos agrarios desde el abastecimiento de alimentos hacia el consumo energético, en el actual momento histórico, implica agravar el problema de seguridad alimentaria mundial y, en mi opinión, es una estrategia precipitada y bastante irresponsable.

En el futuro, si fuéramos capaces de alimentar a toda la población del planeta y si lográramos corregir los excesos de consumo energético, dentro de un modelo menos duro que el actual, especialmente en el transporte, la utilización de biomasa será sin duda un recurso renovable muy apreciado. Hoy día parece evidente que el energético no es sólo un problema de oferta sino, también, de control del consumo superfluo. Por tanto, es bueno experimentar e investigar, pero quedémonos ahí por el momento.

En el caso español la nueva estrategia comunitaria puede tener efectos perversos inmediatos. Las ayudas a estas materias primas (cereales, remolacha y colza) han despertado el interés de algunas empresas energéticas y, al tiempo, las subvenciones agrícolas adicionales también pueden llegar a atraer a los agricultores. Claro está que ello depende de los precios para otras utilizaciones en alimentación humana o animal y, ahí está la cuestión, en un país fuertemente deficitario en cereales, los precios tienden a subir sin remedio. En noviembre, con una cosecha normal de 20 millones de toneladas de cereales, es posible que el precio de la cebada haya superado su récord histórico en España, 17 céntimos de euro por kilogramo (28 pesetas/kg), con trigo y maíz con precios superiores.

Quemar cereales en atascos de coches no parece el modo más razonable de cumplir con Kioto, sin antes impulsar medidas restrictivas al tráfico privado en las grandes urbes.

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